En el corazón nocturno de la ciudad, entre los ecos de risas apagadas y el murmullo de pasos apurados, habita una figura que flota entre el mito y la realidad: Mary. Los noctámbulos del centro la llaman un fantasma, aunque no todos creen en ella. Una mujer de belleza inalcanzable, de esas que parecen haber detenido el tiempo, como si la eternidad la hubiera bendecido o maldecido.
Los pocos que afirman haberla visto coinciden en su descripción: un vestido negro tan ajustado que parece fundirse con las sombras, una cabellera negra y larga que ondea al ritmo de su caminar hipnótico, y unos labios rojos como una promesa prohibida. Es una presencia que hechiza, como un destello que atrapa la mirada y luego desaparece, dejando tras de sí el vacío inquietante de lo irreal.
Mary no solo camina; danza. Su andar tiene un ritmo propio, un "tumbao" que evoca las letras de Celia Cruz, como si la música misma la acompañara en su recorrido. Sus pasos resuenan en las calles, pero nunca dejan rastro. Su figura se pierde en los callejones oscuros como un susurro que apenas existió.Para algunos, es un ángel, una musa inalcanzable. Para otros, un demonio que encierra muerte en su abrazo. Las historias sobre ella se cuentan en murmullos, nunca en voz alta. Hablan de hombres que cayeron rendidos a sus pies, de noches de placer que terminaron en tragedia. Dicen que sus besos envenenan, que su piel arde como el deseo y que sus amantes despiertan sólo en un sueño eterno.
Algunos afirman haberla visto desde hace décadas, inalterable, como si el tiempo hubiera cedido ante su enigmática presencia. Siempre resplandeciente, siempre misteriosa. La llaman un fantasma, pero no uno cualquiera, sino uno que fascina; un espejismo que atrae las miradas de los hombres ansiosos de amor, devolviéndoles una ilusión: la belleza que desean contemplar. Así, disfraza las huellas del tiempo, las mismas que marcarían la existencia de un ser mortal. Pero ella no lo es; ella es un misterio.
Las historias sobre ella se susurran con el tono grave de los secretos que nunca deben salir a la luz. Hablan de hombres que sucumbieron a su encanto, atraídos por su presencia magnética, y que luego fueron encontrados muertos. Sus cuerpos desnudos, abandonados en lugares apartados, no mostraban signos de lucha, sólo un vacío enigmático, como si su vida se hubiera extinguido sin dejar rastro de cómo o por qué.
La llaman muchas cosas: un ícono de la lujuria, una máquina de placer, una sombra de perdición. Pero en cada relato, ella es más que eso. Es un espectro que danza entre este mundo y el otro, una figura que evade cualquier ancla a la realidad. Nunca se queda, nunca pertenece. Como si su existencia misma fuera una invitación al abismo, una advertencia que pocos escuchan hasta que es demasiado tarde.
Para los noctámbulos, ella es una leyenda tan viva como inquietante, una presencia que nadie quiere encontrar, pero que todos parecen buscar en el rincón más oscuro de sus deseos.
Otros cuentan que Mary alguna vez fue real, una mujer acaudalada y hermosa, dueña de corazones y destinos. Que su vida terminó trágicamente por un amor prohibido con un policía, una pasión que la condenó a vagar entre los vivos y los muertos. Ahora, se dice que va y viene cuando quiere, apareciendo en noches, como un recordatorio de lo efímero del deseo.
La Perla del Otún guarda muchas historias como la de Mary, susurradas entre las sombras de los bares y las esquinas silenciosas. Pero esta historia, en particular, es la que nadie se atreve a contar en voz alta, por miedo a invocar a la sombra de su andar danzante. Porque en las noches de Pereira, Mary es más que un fantasma; es el secreto que todos temen conocer.
Efrain Cardona Gaviria “Zulu”